domingo, 12 de mayo de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 27




Capítulo 27: Llámame


Elena y marcos pasaron la mayor parte de la tarde en la cama, abrazados. Habían pasado mucho tiempo así, explorándose mutuamente. La chica había recorrido con la yema de sus dedos cada rincón del perfecto y esculpido cuerpo de Marcos, recreándose en dibujar cada músculo de su abdomen y cada línea en su rostro. Marcos, por su parte, tampoco había perdido el tiempo explorando el cuerpo que sólo él había tenido el placer de tocar. Durante todo el tiempo, él no dejó de susurrar en voz baja:

-Eres preciosa…

Elena no se cansaba de escuchar aquellas palabras de sus labios, ni tampoco de que la tocara o la besara de esa manera que sólo él sabía. Durante todo el tiempo que pasaron juntos ella se sintió justo como la veía Marcos, hermosa. Así se sentía cada vez que la miraba con aquella extraña mezcla de adoración y ternura que tenía siempre que la veía.

La chica sonrió y miró a su novio. Él en ese momento tenía la vista fija en el techo, pero se volvió hacia ella cuando sintió su mirada. Elena tenía la cabeza apoyada en su pecho y el chico la estrechaba contra él con fuerza, pero también una calidez y delicadeza, como si temiera que se fuera a romper.

-¿Qué eres?-Susurró la chica, mirando a Marcos, que en ese momento le parecía más una criatura celestial que un humano.

-Dime lo que quieras que sea y lo seré por ti-Respondió el chico, sonriendo.

Elena, al escuchar aquellas palabras, sonrió también.

-Eso lo has sacado de una película-Lo acusó-, es trampa.

El chico alzó las manos en señal de rendición.

-Cierto, me has pillado-Admitió, fingiendo arrepentimiento-. Pero por eso no deja de ser cierto.

La muchacha lo miró desconcertada, como si se hubiera perdido a mitad de la frase, y Marcos sonrió al ver su cara.

-Seré lo que tu quieras que sea, haré lo que tú quieras que haga-Susurró, acariciándole en rostro con su mano libre-. Haría cualquier cosa por ti, no importa cuanto me cueste.

En cuanto Marcos terminó de decir aquellas palabras, Elena abandonó su cara de incomprensión y acercó sus labios a los del chico. Aquel beso fue tan dulce y profundo que hizo que el corazón de la muchacha se desbocara.

Un corto y suave pitido procedente del despertador de la mesita de noche avisó a la pareja del comienzo de una nueva hora.

-¿Qué hora es?-Preguntó Marcos.

Elena, que era la que estaba más cerca del reloj, volvió la cabeza para mirar la hora.

-¿Las nueve?-Dijo, más preguntando que afirmando.

No imaginaba que hubiera pasado tanto tiempo allí con Marcos, se le había hecho demasiado corto, como si sólo hubieran sido unos minutos. Pero entonces fue consciente de que la habitación estaba completamente a oscuras, a excepción de una escasa luz procedente de las farolas de la calle. Elena se incorporó rápidamente, recordando que tenía que hacer algo que le habían pedido sus padres, y Marcos lo hizo a su lado.

-Tengo que irme-Dijo el chico, pareciendo reacio a marcharse-. Prometí cuidar de Lucía y tengo que estar en casa en quince minutos.

-Yo tengo que ir a recoger a Dani.

Ambos se levantaron de la cama y se vistieron rápidamente. Bajaron las escaleras y cogieron sus abrigos antes de salir a la calle, donde el frío era aún más fuerte que cuando entraron en la casa más temprano. Caminaron juntos hasta la puerta del jardín y pararon para despedirse; debían tomar caminos opuestos para llegar a sus respectivos destinos.

-Hasta luego, mi ángel-Dijo Marcos-. Te echaré te menos cada segundo.

-Yo también a ti-Respondió Elena, sonriendo-. Llámame sin ll.

El chico frunció el ceño y después sonrió.

-Y luego me dices a mí-Murmuró.

-¿A qué te refieres?-Inquirió la muchacha, aunque sabía muy bien qué quería decir su novio.

-Esa frase la has sacado de una película-Dijo Marcos, son fingido tono acusatorio-, aunque ahora mismo no recuerdo de cual.

-Puede…-Respondió Elena, rodando los ojos.

Ambos se ríen. Esa frase es de Tengo ganas de ti, una película basada en un libro de Federico Moccia. La vieron juntos una vez y la muchacha se quedó con esa frase porque le pareció ingeniosa; nunca se había dado cuanta de que si le quitabas la ll a llámame decías…

-Ya lo hago-Dijo Marcos, serio pero sin dejar de sonreír.

Elena, que se había perdido en sus pensamientos, intentó retomar el hilo de la conversación… sin conseguirlo.

-¿El qué?-Preguntó, perdida.

Marcos se inclinó cerca de su oreja y susurró:

-Llamarte sin ll.

Después le dio un suave y leve beso en los labios y, sin decir una palabra más, tomó el camino hacia su casa, con paso ligero y despreocupado.

Elena soltó aire, percatándose de que lo había estado conteniendo hasta ese momento. Lo observó alejándose. No cabía duda de que aquel chico de ojos verdes había conseguido robarle el corazón.

Cuando llegó a la esquina de la calle, Marcos se giró para mirarla y le guiñó un ojo, o eso le pareció a Elena, porque estaba demasiado lejos para asegurarlo.

“No vemos pronto, mi ángel”

Elena recibió aquel mensaje telepático con una sonrisa.

“Sí, muy pronto”

Se volvió hacia el lado opuesto al que se encontraba Marcos y echó a andar hacia la casa de Pedro, el mejor amigo de Dani. Por el camino, pensó en lo que había pasado con Marcos en aquellos tres meses y aquella tarde, sobretodo en aquella tarde. Nunca había experimentado nada como eso, había sido tan… indescriptible. No encontraba palabras para definirlo y por supuesto no había ninguna otra experiencia que pudiera compararse con esa. Se sentía tan dichosa, tan feliz… Pero, al mismo tiempo, había algo que le oprimía el pecho. Lo sentía cada vez que se alejaba de Marcos pero ahora era incluso más fuerte de lo normal. Odiaba alejarse de él, quería ir donde él fuera, pero sabía que era completamente imposible y eso también la molestaba. Así es el amor, te revive y te mata al mismo tiempo, te hace feliz y te duele más de lo que puedes siquiera imaginar. Emociones contradictorias pero igual de fuertes.

Elena llegó a su destino y llamó al timbre. Una mujer joven de no más de treinta años e increíblemente delgada abrió la puerta casi al instante. La muchacha supo, gracias a sus poderes de ángel, que aquella era la niñera de Pedro.

-Hola, me llamo Elena-Saludó la chica-. He venido a buscar a mi hermano, Daniel.

La mujer asintió y sonrió.

-Yo soy Lola, la niñera de Pedro-Se presentó-. Pasa.

Lola se apartó de la puerta, dejando espacio para que Elena pudiera entrar y luego cerró la puerta a su espalda. La chica siguió a la niñera por el pasillo hasta llegar a una enorme sala de estar de estilo moderno.

-Voy a por tu hermano.

Elena asintió sonriendo educadamente. Cuando Lola se marchó, se dedicó a observar la estancia en la que se encontraba.

A la izquierda, cerca de la escalera por la que había subido la niñera hacía unos segundos, había una estantería repleta de libros. La muchacha no se acercó para leer los títulos, pero con sólo mirar el encuadernado supo que eran clásicos, probablemente españoles. En el centro había una televisión de plasma, mucho más grande que las que Elena estaba acostumbrada a ver, frente a ella había un sofá de cuero negro con un par de sillones individuales a los lados. En el centro de aquel cuadrado de muebles había una mesita de café de cristal. En el lado opuesto de la estantería, ocupando un poco menos de la mitad de la pared, había una enorme e imponente chimenea de piedra, que contrastaba vivamente con el aspecto moderno del resto de la sala.

Lola regresó, acompañada de Pedro y Dani. Ambos tenían el pelo revuelto y las mejillas sonrosadas.

-Hola, Elena-La saludaron los dos niños al unísono.

-Hola, chicos-Respondió la muchacha sonriendo-. ¿Lo habéis pasado bien?

Los dos niños asintieron.

-Me alegro. Ahora nos tenemos que ir.

Lola los llevó a todos hasta la puerta y, antes de salir, Dani se volvió hacia su amigo.

-Mañana vienes a mi casa, ¿no?

Pedro asintió y se despidió con la mano.

-Adiós y gracias-Dijo Elena, mirando a la niñera.

-Adiós.

Los dos hermanos salieron al frío de la calle y caminaron lo más rápido posible para llegar a su casa. Aún así, ambos llegaron a casa congelados y empapados por la nieve que no había dejado de caer en todo el día. Dani, que ya había cenado, le dio un beso de buenas noches a su hermana y subió a su cuarto. Elena no tenía mucho apetito, así que cogió un yogurt y, cuando terminó de comérselo, subió a la segunda plata. Tras lavarse los dientes y ponerse el pijama, que constaba de una simple camiseta vieja y unos pantalones holgados, se tumbó en la cama. Cayó rendida al instante, entre las sábanas que aún conservaban el olor de Marcos.

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