miércoles, 27 de marzo de 2013

El fotógrafo - Parte I


Abrí aquella vieja puerta con dificultad debido al óxido que habían acumulado las bisagras por el desuso. El sótano estaba lleno de cajas polvorientas y en una esquina había una sábana blanca, también repleta de polvo, que escondía algo debajo, dejando ver únicamente una vaga forma.

Nadie había entrado en aquel sótano desde que mi padre murió, hacía ya más de cinco años, y necesitaba darle una buena limpieza si quería abrir la tienda, que había permanecido cerrada desde entonces.

Me acerqué a la sábana, con cuidado de no pisar ni tropezar con los montones de cajas y fotografías esparcidas por el suelo. Mis pies levantaban el polvo con cada paso y, para cuando me vine a dar cuenta, había una inmensa nube de polvo a mi alrededor, tan espesa que parecía niebla.

Retiré la sábana, levantando más polvo que me hizo toser un poco. Mis ojos se abrieron con sorpresa cuando el objeto bajo la sábana se descubrió ante mí.

Un trípode que me llagaba a la altura del pecho estaba frente a mí. Sobre él, había apoyada una antigua cámara que debía tener al menos cien años. Tuvo que pertenecer a mi bisabuelo, que, antes que mi abuela y mi padre, había sido uno de los fotógrafos más importantes de la ciudad. Siendo una apasionada de la fotografía como lo era, mi cara se iluminó con una sonrisa y me acerqué más para estudiar aquella pequeña reliquia. Tan ensimismada estaba que no me percaté de la sábana blanca, que yo misma había dejado caer a mis pies, hasta que mis piernas se enredaron en ella y me precipité hacia el suelo. Agité los brazos en un intento de mantener el equilibrio, pero golpeé accidentalmente el trípode, haciendo que cayera estrepitosamente, y yo detrás.

Me levanté rápidamente y el mundo se tambaleó a mi alrededor. Me quedé parada de rodillas un momento hasta que mi cabeza dejó de dar vueltas y después me acerqué a la cámara para comprobar los daños. Mi pequeña reliquia estaba tirada en el polvoriento suelo. El compartimento del carrete estaba abierto y el rollo de los negativos se había desenrollado un poco. Me acerqué un poco más, maldiciéndome por ser tan patosa. Tomé la antigua cámara entre mis manos y comprobé con alivio que, aparentemente, no había sufrido ningún daño. Por suerte, las cosas antiguas son mucho más resistentes que las de ahora. Recogí el carrete para meterlo en el compartimento, pero me detuve con curiosidad cunado vi algo escrito con tinta en el borde de uno de los negativos. 27. No entendí el significado de aquel número así que observé con atención los negativos, intentando ver con mayor claridad lo que había plasmado en ellos.

Pude distinguir en el primero el rostro de una mujer que me resultaba vagamente familiar, pero no pude ubicarla porque estaba de perfil, mirando hacia el suelo. En el siguiente negativo se veía a la misma mujer, esta vez de frente. Una extraña sensación de familiaridad me embargó al ver su rostro completo, pero aún no conseguía averiguar de qué la conocía. Revisé uno a uno todos los negativos del carrete, comprobando que en todos ellos aparecía la misma mujer, en diferentes poses y lugares, pero siempre sonriendo. En algunos de ellos se podían ver su ropa, que no era para nada actual.

Metí el carrete de nuevo en la cámara y puse el trípode en pie. Volví a la puerta del sótano y miré el desordenado sótano que se extendía a mi alrededor. Con un suspiro, tomé una de las cajas que había a mis pies y comencé a subir las escaleras hacia el piso de arriba. Dejé la caja en el mostrador de la tienda cerrada, pasando las manos sobre los laterales de la misma. En ese momento, mi mano derecha tropezó con algo de lo que no me había percatado antes. Frunciendo el ceño, giré la caja hasta que lo que había tocado estuvo enfrente de mí. Sobre la superficie de cartón había un trozo de papel, amarillento por su antigüedad, que tenía algo escrito. 16. Recordando el número escrito en el borde del carrete, bajé las escaleras y giré todas las cajas, una a una. Todas ellas tenían también un papel con un número escrito. No encontré el número 27 en un primer vistazo, así que continué subiendo cajas y comprobé los números de todas ellas. Para cuando cogí la última caja eran ya cerca de las ocho y no había encontrado la caja 27. Tenía la sensación de que aquella mujer tenía algo importante, pero no conseguía averiguar el que, y no encontrar la caja me frustraba.

Revisé las cajas una a otra vez, con la misma suerte que antes. Iba a rendirme cuando me percaté de que una de ellas tenía una diferencia con el resto. En esta, el papel estaba más blanco, como si no tuviera tanto tiempo, y los números tenían un trazo diferente que se notaba que había hecho otra persona.

Me acerqué a la caja y toqué el bode del papel. Parecía demasiado grueso para ser únicamente un folio. Vi que una de las esquinas estaba un poco despegada, así que tire de ella hasta despegarlo de la caja. Debajo había otro trozo de papel, más amarillento y escrito con los mismos trazos que los de las otras cajas. 27.

Intrigada, abrí la caja.

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