viernes, 22 de febrero de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 14


Capítulo 14: Identidades



-Aún no está preparada-Dijo el muchacho.

-Paciencia-Tranquilizó Admes-. Lo estará, y entonces serás tú quien la guíe.

-Creía que ibas a ser tú su guía-Comentó el chico, frunciendo el ceño al escuchar la noticia.

-Ella confía en ti más que en cualquier otro-Explicó Admes sin mucho entusiasmo-. Además, Alexander lo ha decidido así.


El joven, al escuchar el nombre de uno de los Mayores, asintió sin ninguna queja.



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Elena sonrió ampliamente, invadida por una bruma de felicidad que nunca antes había sentido.

Se había despertado muy temprano, con los recuerdos de la noche anterior brillando en su cabeza, de tal forma que no le permitían pensar en otra cosa.

Marcos le había dicho que la quería y absolutamente nada podría arruinar su felicidad.

Cuando volvió a dormirse, Elena tuvo un sueño extraño. Tan extraño, que no habría sabido decir si era un sueño o una pesadilla.

Todo estaba oscuro y no veía absolutamente nada a su alrededor, como si estuviera ciega. Tampoco podía sentir ninguna parte de su cuerpo ni de su mente; no podía pensar ni moverse. Lo único que había allí eran ruidos, unos ruidos que le producirían escalofríos si tuviera cuerpo.

Se escuchaba una respiración dificultosa, como la que se tiene al hacer mucho esfuerzo físico. También se oía el caer de gotas de agua sobre la hierba invisible y… una risa. Era una risa muy musical, como la de un niño, que le llegaba a los oídos como una especie de eco. Cuando la risa cesó, comenzó a oír suaves crujidos de hierba, que debían de ser los pasos de alguien de poca estatura y peso y…

Elena abrió los ojos rápidamente. No sabía por qué, pero aquel sueño la había inquietado y algo en su instinto le decía que no quería saber como continuaba.

Un ruido conocido la había despertado y se volvió hacia su móvil, que se encontraba encima de la mesilla de noche. Como había sospechado, había recibido un mensaje… bueno, más bien dos.

Abrió el primero, que era el que le acababa de llegar y se le escapó una sonrisa al leerlo. Era de Marcos.

Buenos días mi ángel, te echo de menos

Le respondió rápidamente, deslizando con facilidad sus dedos sobre el teclado del móvil.

Yo también te echo de menos

Luego miró el otro mensaje y frunció el ceño al ver que aquel lo había recibido de madrugada. Lo abrió sin mucha curiosidad, pensando que sería un mensaje de publicidad o algo parecido. Por eso, casi se le para el corazón al leerlo.

άγγελος

Elena se puso nerviosa de pronto y recordó de golpe su conversación con Toni la noche anterior. ¿Quién sería aquel chico en realidad? ¿Cómo era posible que supiera que tenía aquel libro? ¿La habría visto cogerlo en la biblioteca? Y, según él, sólo podría responder aquellas preguntas de una forma.

Tú sólo léelo, después lo entenderás todo.

Eso había dicho él. La muchacha pensó que no perdía nada por hacerlo, al fin y al cabo, había pensado leerlo cuando tuviera tiempo.

Salió precipitadamente de la cama y fue hasta la estantería que había en la esquina. Paseó la mirada por los lomos de los libros hasta que encontró el que buscaba y lo sacó con cuidado de no tirar los que estaban a su alrededor.

Miró fijamente la portada y en las letras parecieron formarse ondas, como si fueran de plata líquida. Elena tocó los símbolos plateados con la yema de su dedo índice para intentar averiguar de qué eran, pero las encontró tan sólidas como la última vez que las vio.

Sacudió la cabeza sonriendo mientras pensaba en lo estúpida que parecía algunas veces; no podía ser que un libro hubiera cambiado así porque sí, sin que nadie lo haya tocado.

Suspirando sonoramente, se sentó en su sillón favorito y volvió a mirar el libro. No había ni rastro de las ondas que había visto al principio, justo como pensaba, habían sido imaginaciones suyas.

Abrió el libro con curiosidad y comenzó a leer la introducción, que, como el resto del libro exceptuando la portada, estaba en latín.

Desde el principio de los tiempos…

El sonido de su móvil la interrumpió y, con un suspiro resignado, Elena se levantó del sillón y cogió el teléfono, que estaba encima de la mesita de noche.

Tenía un nuevo mensaje y sonrió, olvidando por completo el libro, cuando vio quién se lo había enviado.

Paso esta tarde por tu casa?

Elena no se lo pensó dos veces y escribió la respuesta rápidamente:

Claro, te espero

Al final añadió un guiño y le envió el mensaje. Volvió a dejar el móvil encima de la mesita y miró hacia el sillón de cuero rojo, donde había dejado aquel extraño libro momentos antes. Una tremenda curiosidad la invadió y se levantó de la cama, como hipnotizada, para retomar la lectura. Se sentía como un trozo de metal que es atraído por un imán que está demasiado cerca y, aunque la parte racional de su cerebro le decía que había algo extraño en todo aquello, su instinto le decía que tenía que saber todo lo que aquel libro tuviera que contarle.

Al final, la parte racional ganó al instinto y Elena frenó su avance hacia el libro y se dirigió hacia la puerta. Aunque leyera rápido y sin detenerse demasiado a reflexionar, la lectura de aquel libro le llevaría la toda la mañana y parte de la tarde, por lo que debía hacer unas cuantas cosas antes de empezar.

Desayunó, se duchó y se vistió rápidamente, porque, aunque la razón venciera sobre el instinto, Elena era curiosa por naturaleza y quería saber de qué iba aquel libro.

Después de ordenar su habitación y hacer la cama sin mucho entusiasmo, se echó en el sillón, cansada, y sintió que caía sobre algo duro. No se había dado cuenta de que el libro estaba allí y se había sentado sobre él. Levantó un poco la espalda y sacó el volumen de debajo de su cuerpo.

Se quedó pensativa durante un momento hasta que comprobó que no tenía nada más que hacer y, sin más dilación, abrió el libro.

La introducción decía:

“Desde el principio de los tiempos, desde que el ser humano tiene uso de razón y el libre de elegir, han existido unos seres que muy diferentes a ellos, pero también muy parecidos.

Físicamente, son imposibles de diferenciar del resto de las personas porque también son humanos, pero su interior es muy distinto. Son seres inteligentes y astutos que pueden controlar el alma y la mente de las personas a su antojo, sin embargo no lo hacen, o no lo hacían.

Durante la Creación, todos estos seres eran iguales. Hacían las mismas cosas y se dedicaban a lo mismo: ayudar a las personas, ser sus conciencias; pero no a todos les gustaba aquello.

Algunos se rebelaron, al principio no eran más que unos veinte, pero, después, el número de renegados aumentó y se hicieron mucho más fuertes. Estos seres utilizaron sus poderes para hacer que los humanos hicieran lo que ellos querían. No sabían muy bien como utilizarlos, ya que su poder no había sido creado para esos fines, pero, poco a poco, aprendieron a controlarlo de tal forma que podían hacer a las personas sus esclavas hasta su misma muerte.

Aquel grupo se volvió completamente diferente del resto, pero ambos tenían algo en común: la eternidad.



Así fue como nacieron dos especies diferentes de una sola, por la libertad de elección. Así fue como nacieron los ángeles y los demonios.”




Elena se quedó boquiabierta cuando terminó de leer la introducción del libro. No sabía por qué la sorprendía tanto que aquel volumen hablara sobre ángeles y demonios, porque en la portada lo decía bien clarito, pero así era.

Continuó leyendo palabra tras palabra, línea tras línea, página tras página, sin distraerse con nada, sin detenerse ni un solo momento. Su instinto, el mismo instinto que la había atraído hacia aquel libro al principio de la mañana, se había apoderado de ella de una forma tan fuerte que ni siquiera escuchaba el susurro de su parte racional, diciéndole que no quería terminar el libro, que no quería saber el final.

“Los ángeles tienen muchos poderes”, “son extraordinariamente inteligentes”, “tienen habilidades telepáticas”…

Cuando leyó aquella última frase, a Elena le vino a la cabeza un recuerdo de su infancia.

Tenía cuatro años y, por aquel entonces, aún vivía en Barcelona. Tenía un gato viejo que era de los más perezoso y se pasaba el día tumbado en el sofá durmiendo. A Elena no le gustaba aquel gato porque no jugaba con ella, pero su opinión sobre él cambió un día de diciembre, cuando jugaba en el parque que había frente a su casa.

Mientras se balanceaba en un columpio, un hombre de unos treinta años se acercó a ella. No había nadie más en el parque, ni siquiera su madre porque había ido a casa un momento. A la niña no le había gustado el aspecto de aquel hombre, pero aún así siguió columpiándose sin prestarle atención. Entonces, el hombre se dirigió a ella directamente.

-Hola, guapa-Dijo, intentando suavizar su voz exageradamente-¿Cómo te llamas?

Elena se quedó mirándolo a los ojos sin contestarle y algo extraño sucedió.

El parque estaba desierto y el hombre desconocido, callado, pero, aún así, ella escuchó algo. Era una voz, no solo una, eran dos voces y le decían cosas completamente opuestas.

Una de ellas no dejaba de repetir una y otra vez:

Huye.

La otra, en cambio, decía:

No te muevas, mocosa.

Cualquiera habría pensado que la primera voz era la de su subconsciente, y así lo creyó la niña, por lo que decidió hacerle caso y volver a casa.

Se bajó del columpio y corrió hacia su casa sin decir palabra. Cuando llegó a la puerta y miró hacia atrás, el hombre ya no estaba y, al volver a girar la cabeza, vio a su gato a través del cristal de la ventana, mirándola fijamente, de una forma que parecía inteligente.

Muy bien, niña.

Elena se quedó sin aliento al recordar aquella extraña escena vivida hacía ya tantos años. Cierto era que todo aquello parecía de lo más extraño, pero a veces la memoria puede jugar malas pasadas.

Suspiró ante la idea y continuó leyendo el libro, bebiendo de toda aquella información que el volumen le daba, como si fuera un sustento sin el que no podía vivir. No sabía por qué, pero relacionaba inconscientemente cada frase que allí leía con algún recuerdo de su vida, la mayoría de su infancia.

Llegó a la última página, percatándose de que aquel libro tenía un autor anónimo, y leyó la última frase, la frase que transformaría su vida por completo y que cambiaría su forma de pensar para siempre.

Ahora ya conoces la historia, tu historia.

Elena se quedó de piedra, incapaz de moverse o de pensar algo coherente, y el grueso volumen cayó al suelo con un golpe sordo.


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En otro lugar, tal vez lejos, tal vez cerca, dos personas oyeron aquel golpe.

-Ya está lista-Murmuró el joven.

Admes asintió lentamente.

-Ve pues-Dijo-. Cumple con tu misión.


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Elena estaba paralizada, no podía moverse ni pensar. Las últimas palabras que había leído aún martilleaban en su cabeza; tu historia… tu historia…; como si una parte de su subconsciente pretendiera que aquellas palabras quedaran gravadas a fuego en su memoria y que no las olvidase jamás.

Se quedó mirando hacia delante, sin ningún punto fijo, demasiado encerrada en sus pensamientos para poder ver algo en realidad.

Justo cuando creía que estaba a punto de empezar a llorar, algo llamó su atención.

Habría pasado desapercibido para cualquier otra persona, pero no para alguien tan observador como ella. Al principio sólo era un simple destello, que podría ser perfectamente un rayo de sol que hubiera topado con una superficie reflectante. El problema con esa teoría era que en el exterior llovía copiosamente y el cielo estaba completamente cubierto por una densa masa de nubes negras que no invitaban al paseo.

El pequeño destello pronto se convirtió en una nítida luz que se hacía cada vez más grande, sin dejar algo surrealista. Todo parecía un montaje fotográfico; la luz no iluminaba nada de lo que había a su alrededor, como si en realidad no estuviese ahí.

El resplandor se hizo más alargado, hasta adquirir una forma que parecía humana y después desapareció sin más, como si nunca hubiera estado allí, dejando en su lugar algo que Elena no pudo distinguir bien; una mancha borrosa de un color muy claro. Todo aquel proceso no había durado más de cinco segundos, pero a ella se le había hecho eternos.

La muchacha descubrió que la razón por la que no veía nítidamente aquella figura al saborear el gusto salado de las lágrimas en sus labios y se limpió rápidamente los ojos con la manga de la camiseta para ver mejor.

Se quedó paralizada y con la boca medio abierta sin poder hacer ningún tipo de sonido cuando vio que aquella mancha borrosa en realidad era una persona. No estaba del todo segura de ello, ya que tenía el rostro cubierto por la sombra que proyectaba la capucha de la túnica de terciopelo azul claro que llevaba puesta. Aquel color tan puro le resultaba familiar, y también la combinación con los bordados plateados que había en los bordes de las mangas de la prenda.

-¿Qu… qué eres?-Preguntó Elena asustada cuando consiguió que sus labios respondieran.

No hubo respuesta. Aquel extraño quedó allí quieto, sin decir absolutamente nada y muchacha creyó vislumbrar un destello verde bajo la pesada sombra de la capucha.

Cuando pensaba que no iba a responder, escuchó una voz fuerte y segura que hizo temblar cada uno de los huesos de su cuerpo, pero aquella voz no parecía proceder de la garganta del desconocido.

-Sabes lo que soy.

Era un sonido lejano, con eco, que tenía un timbre asombrosamente familiar, pero que no supo identificar.

Elena negó con la cabeza casi imperceptiblemente, abrumada por aquella voz.

El extraño pareció darse cuenta de su respuesta negativa y de su miedo porque la voz volvió a hablar, esta vez más bajo.

-Soy lo mismo que tú.

La chica consiguió hablar de nuevo para preguntar:

-Y… ¿qu… qué soy yo?

Un destello blanco apareció en la sombra de la capucha, como si el desconocido estuviera sonriendo ante aquella pregunta, pero no parecía una sonrisa maliciosa, más bien… ¿comprensiva?

-Un ángel-Contestó el extraño simplemente.

Elena no reaccionó ante aquella respuesta como lo había hecho antes al leer el libro.

-Yo no soy un ángel-Su voz era segura, sin vacilaciones.

-Por supuesto que lo eres,-Contestó la lejana voz-todos los hijos de ángeles son ángeles también.

La muchacha frunció el ceño ante aquella respuesta.

-Pero mis padres no son ángeles, trabajan en un hospital-Argumentó.

-No esos padres.

Elena se quedó algo parada sin saber qué responder a aquello; ¿cómo que “esos padres”? si no tenía otros.

-¿Qué quieres decir?-Inquirió ignorando su parte prudente, que le decía que no quería saber nada más, que había llegado demasiado lejos con toda aquella locura.

-Ellos no son tus padres, no tus padres biológicos-Contestó la voz, plagada de paciencia.-. ¿Nunca te has preguntado por qué eres tan diferente del resto de tu familia?

-Claro-Contestó ella rápidamente-. Me parezco a mi abuela Sofía.

-¿Alguna vez has visto una foto de tu abuela?

Elena negó lentamente con la cabeza mientras la semilla de la duda se instalaba en su mente. No había conocido a su abuela porque ella había muerto mucho antes de que la chica naciera.

El extraño sacó algo de su túnica azul y se lo tendió a la muchacha. Ella acercó su mano lentamente y lo cogió el objeto que sujetaba, descubriendo que era una fotografía.

En ella aparecía una mujer anciana y de sonrisa brillante sentada en una mecedora de madera. Tenía el cabello gris característico de las personas de su edad y una limpia mirada de ojos castaño claro, color miel.

-Mira el reverso-Indicó el desconocido.

Elena hizo lo que le decía y en el blanco papel vio escritas dos palabras, dos únicas palabras, que consiguieron romper su corazón en mil pedazos.

“Sofía, Madrid”

La muchacha no pudo contenerse y una única y solitaria lágrima le corrió por la mejilla.

Miró fijamente al encapuchado y, con voz segura y desprovista de toda duda, preguntó:

-¿Quién eres?

-Soy yo.

La voz del desconocido sonó normal; ya no parecía lejana ni con eco. Su tono era dulce y Elena lo reconoció al instante, mucho antes de que se quitara la pesada capucha que cubría su cabello rubio.

Marcos.

Fue entonces, sólo entonces, cuando Elena se percató de lo extraño que era todo lo que rodeaba al chico y la cantidad de cosas extrañas que le había ocurrido a su lado, a las que ella no les había dado importancia hasta aquel momento.

Algunas veces, mientras hablaban, había adivinado sus pensamientos, como si pudiera leerle la mente y había mostrado la misma facilidad que ella para los exámenes y las clases, como si ya supiera todo lo que le decían. Pero la prueba más evidente se la había dado la noche anterior, al despedirse.

Había estado demasiado abrumada por la felicidad como para darse cuenta de lo extraño que era haber escuchado aquellas palabras en su mente, pero ahora que no veía de una perspectiva diferente, más analítica, se dio cuenta de lo estúpida que había sido por no darse cuenta antes.

Marcos se quedó mirándola, como esperando una reacción a la noticia, una reacción que tardaba en llegar.

Elena se levantó del sillón en el que había estado sentada durante horas y se acercó lentamente al chico. Después, sin previo aviso, lo abrazó y comenzó a llorar desconsoladamente sobre su pecho, derramando con sus lágrimas toda la angustia que las mentiras de otros habían creado en su alma y sintiéndose libre por primera vez en mucho tiempo.

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