viernes, 22 de febrero de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 19




Capítulo 19: Sayap

Elena miró a su amiga, lágrimas formándose en sus ojos. Había pasado la mayor parte de la tarde con Marcos en Lirium y había llorado sobre su hombro, descargando toda la angustia que guardaba en su pecho, hasta quedarse sin lágrimas. Pero, al ver el rostro preocupado de Ainhoa, volvía a sentir ahora unas ganas apremiantes de llorar. Iba a contarle todo a su amiga porque tenía que decírselo a alguien que no estuviera involucrado en aquella historia. Le parecía algo egoísta el echar el problema sobre los hombros de su mejor amiga para desahogarse, pero ella se enteraría tarde o temprano. Spes es un pueblo pequeño y las noticias vuelan.

Sentía la cálida mano de Marcos alrededor de la suya, reconfortándola con su tacto.

-Hola-Dijo Elena.

Tenía un enorme nudo en la garganta y sus palabras salieron en apenas un susurro.

-¿Qué ocurre?-Inquirió Ainhoa, mirando alternativamente entre ella y Marcos.

-¿Puedo pasar?-Preguntó, intentando retrasar su explicación.

Su amiga asintió y se hizo a un lado para dejarlos pasar, observando fijamente a Marcos con… ¿desconfianza?

-Os dejo solas-Dijo el chico.

Elena se volvió hacia él y miró su sonrisa, intentando formar una para él. Lo único que consiguió fue una pequeña mueca, pero Marcos pareció comprender el intento y amplió su sonrisa. Se inclinó y le dio un suave beso en los labios.

Si necesitas algo, llámame.

Susurró el chico en su mente.

Te quiero.

Se despidió Elena.

Te quiero, ángel.

La chica observó a Marcos marcharse hasta que llegó a la valla de madera que señalaba en final del jardín y después se volvió hacia su amiga y entró en la casa. Ainhoa cerró la puerta tras ella y caminaron por el recibidor que desembocaba en el salón. Elena se sentó en el sofá y Ainhoa en un sillón que miraba directamente hacia ella.

-¿Y bien?-Inquirió Ainhoa, más nerviosa a cada momento que pasaba.

Elena inspiró profundamente, intentando evitar que las lágrimas salieran de sus ojos.

-He… descubierto algo esta mañana-Murmuró con voz ahogada.

Su amiga la estudió, sus facciones cambiando de preocupación a… incredulidad. La muchacha empezaba a pensar que su amiga había averiguado lo que ocurría sólo con leer sus rostro, pero…

-¡Oh, Dios mío!-Exclamó-¿Estás embarazada?

Elena se quedó mirándola un momento, intentando descubrir si había oído bien y, sin previo aviso, explotó en una sonora carcajada.

-Oye, no te rías de mis especulaciones-Se quejó Ainhoa, aunque se le escapó una sonrisa-, me tenías muy preocupada.

La chica dejó de reírse y miró a su amiga. Había conseguido sacarle una sonrisa incluso en aquel angustioso momento y se lo agradecía mucho, aunque hubiera sido sin querer.

-Espera-Dijo Elena, ahora más animada-, ¿por eso mirabas a Marcos como si quisieras… matarlo?

Ainhoa se sonrojó notablemente y miró hacia el suelo. Elena volvió a reír otra vez, pero se puso seria en seguida. No podía posponer más el momento, debía contárselo a su amiga. Como si leyera sus pensamientos, Ainhoa levantó la cabeza y la miró. Aún quedaba algo de rubor en sus mejillas, pero sus ojos eran serios.

Elena tragó saliva ruidosamente.

-Ainhoa… -Comenzó vacilante-¿Qué harías tú si descubrieras que tus padres no son tus padres?

Su amiga la miró interrogante y expuso sus dudas en una sola palabra:

-¿Qué?

-Esta mañana… he descubierto que soy adoptada.

En cuando lo dijo, sus ojos se pusieron llorosos y, sin poder contenerse, comenzó a llorar. Las lágrimas nublaron su visión y escondió su rostro entre sus manos. Escuchó unos pasos y después sintió unos brazos que la rodeaban, intentando reconfortarla.

Poco a poco, se fue calmando y las lágrimas dejaron de derramarse. Sentía el sabor salado de las lágrimas en su boca y su cara estaba pegajosa.

-¿Cómo has descubierto eso?-Preguntó suavemente Ainhoa, cuando estuvo lo suficientemente calmada para poder hablar.

-Eso no importa-Respondió Elena evasivamente, intentando ahorrarse los detalles sobre los ángeles-. Simplemente lo sé. ¿Sabes lo difícil que es descubrir que tu familia es una mentira, que toda tu vida es una gran mentira?

Su amiga negó con la cabeza.

-Tu vida no es una mentira, Elena-Murmuró Ainhoa-. Tus padres te quieren, seas hija biológica suya o no. Deberías hablar con ellos.

Elena hizo un gesto de asentimiento, para mostrar que lo haría y se levantó del sofá.

-Me voy a casa-Dijo-. Gracias, de verdad.

Sonrió a su amiga.

-Para eso están las amigas-Respondió ella, sonriendo también.

Ainhoa se levantó también y acompañó a su amiga hasta la puerta principal. Elena se despidió de su amiga, recibiendo un gesto de aliento de su parte y salió de la casa. Caminó lentamente por las calles de Spes, dirigiéndose directamente a su casa. Podría haber dado un rodeo, pero no quería retrasar más su encuentro con sus padres, que llegaría tarde o temprano, lo quisiera ella o no. Cuando llegó a su casa, las luces estaban encendidas y Elena pudo ver una silueta que se movía rápidamente de un lado a otro de la cocina. Esa debía de ser madre. Cuando estaba preocupada o nerviosa, se entretenía en la cocina, moviéndose continuamente mientras preparaba cualquier cosa que lograra mantenerla ocupada.

Con un suspiro, la muchacha caminó a través del césped del jardín, recibiendo la cariñosa bienvenida de su perrita Bell. Elena acarició suavemente el pelaje rubio del animal, intentando retrasar lo máximo posible su entrada a la casa, porque sabía que, una vez que atravesara la puerta, no habría marcha atrás.

La chica oyó un suave crujido y la puerta de la entrada se abrió, iluminando el jardín con una cálida luz procedente del interior de la casa. Dani corrió hacia ella y Elena lo cogió en brazos y le dio un beso en la frente.

-¡Elena!

La muchacha levantó la vista al umbral, donde se encontraban Alicia y Javier. El rostro de su madre mostraba una mezcla de alivio y enfado, en cambio, el de su padre sólo era de preocupación.

Elena exhaló un último y largo suspiro y caminó hacia sus padres, con su hermano aún en brazos.

-¿Dónde has estado? –Exigió Alicia en cuanto llegó a las escaleras del porche.

La chica se percató de que la mujer estaba más enfadada de lo que había pensado en un primer momento, pero no le importaba. Le había dolido que no le contaran la verdad así que ella tampoco pensaba hacerlo.

-Por ahí. –Contestó con desdén.

Su madre la miró como si creyera que no había oído bien y abrió la boca para contestarle, probablemente para decir ‘Estás castigada’ o algo así, pero Javier intervino, tratando de calmarla.

-Elena-Comenzó. -, sabemos que eres responsable y que puedes cuidarte sola, pero nos tenías preocupados. Podrías habernos dicho que salías.

-¿Por qué iba a hacerlo, papá? –Inquirió la joven con voz tranquila. –Al fin y al cabo, uno hace lo que le enseñan en casa.

Javier frunció el ceño, confuso y, por la cara que puso, Elena adivinó que estaría pensando que su actitud se debía a ‘cosas de mujeres’. La chica esquivó a sus padres y entró en la casa, dejándolos a ambos con las palabras en la boca.

-¿De qué estás hablando?-Preguntó Alicia, que parecía ahora más calmada.

-¡Oh! –Exclamó Elena, fingiendo sorprenderse. - ¿Quieres saberlo? ¿Por qué iba yo a contártelo cuando tú también me ocultas cosas? No es justo, pero te lo diré.

Elena sintió que la fachada que había construido para que no vieran como se sentía empezaba a derrumbarse. Abrió la boca, pero la cerró al percatarse de que su hermano seguía en sus brazos. El niño miraba entre su hermana y sus padres, intentando comprender la situación si éxito.

-Dani, cariño-Susurró la muchacha con dulzura. -, ¿por qué no subes a tu habitación?

Su hermano asintió y, cuando Elena lo dejó en el suelo, subió las escaleras corriendo. La chica esperó hasta que escuchó la puerta de la habitación de Dani cerrarse y después suspiró.

-Elena, ¿qué ocurre?-Preguntó Alicia, que había abandonado el enfado, sustituyéndolo por preocupación.

-Os lo diré porque no soy como vosotros-Dijo la chica, sintiendo que sus ojos comenzaban a picar por las lágrimas-, yo no guardo secretos a la gente que quiero, y mucho menos si les afectan directamente.

-Cariño, ¿de qué estás…?

-¿Cuándo pensabais decirme que soy adoptada?-Cortó Elena, soltando la bomba al mismo tiempo que estallaba en lágrimas.

El rostro de Alicia se quedó lívido y Javier ni siquiera se movió, como si no lo hubiera oído.

-¿O es que no pensabais hacerlo?-Dedujo la chica al ver que sus padres no contestaban. -¿Cómo pudisteis pensar que no me daría cuenta?

Su madre reaccionó y habló, intentando explicarse.

-Pensábamos hacerlo, cariño, pensábamos… decírtelo, pero…

-¿Cómo te has enterado?-Preguntó Javier, que parecía encontrar muy interesante las osas del suelo porque no levantaba la vista de ellas.

Elena titubeó un poco antes de contestar, pensando en las palabras adecuadas para contarlo sin revelar todo lo que había descubierto.

-He… visto una foto de… la abuela Sofía. Sinceramente, no veo el parecido que tengo con ella-Dijo, dando a su voz un tono sarcástico y amargo.

Alicia no dijo nada y se limitó a bajar la vista pero Javier frunció el ceño, pensativo. Era increíble la capacidad de control que tenía y, por mucho que lo odiara en aquel momento, Elena siempre lo había admirado por eso.

-No es posible que lo dedujeras sólo por eso-Dijo su padre al final.

-No, pero vosotros me lo habéis confirmado.

Con estas últimas palabras, Elena subió las escaleras y entró en su habitación dando un portazo tras ella.

Poco después la chica vio como el pomo de la puerta se giraba y se preparó para ver a sus padres en el umbral, pero en su lugar, por la pequeña abertura apareció una cabecita rubia con ojos grandes y claros.

Elena vio en los ojos de su hermano una muda pregunta y le sonrió haciendo un gesto para que se acercara. El niño entró, cerró la puerta y corrió a los brazos de su hermana mayor. Ella lo sentó en su regazo y lo abrazó.

-Elena, ¿por qué llora mamá?-Preguntó Dani.

La muchacha lo apartó de su pecho para poder mirarlo a los ojos y le acarició la mejilla con el pulgar. Por un momento pensó que su hermano también podría ser adoptado, pero desechó esa idea de inmediato ya que él era idéntico a su madre.

-Porque me he enfadado con ella y con papá.

-¿Por qué?

Elena frunció el ceño, reflexionando sobre si su hermano tendría capacidad suficiente para entender todo aquel embrollo y terminó decidiendo que no, al fin y al cabo, ¿cómo podría un niño de cinco años entender todo aquello de la sangre y los genes cuando aún creía que a los niños los traía la cigüeña?

-Lo entenderás cuando seas mayor-Contestó.

Parecía que iba a protestar por el hecho de que su hermana había vuelto a insinuar que era pequeño, pero ella volvió a hablar.

-Ve con mamá, Dani. Seguro que quiere que estés con ella.

El niño no estaba seguro de querer irse pero asintió con la cabeza.

-Te quiero-Dijo.

-Yo también te quiero, cariño.

Dani abrazó a su hermana y bajó de su regazo. Corriendo, llegó a la puerta y la cerró al salir. Bajó las escaleras sin hacer ruido y se quedó en el último escalón, escondido detrás de la pared para que sus padres no pudieran verle. Desde allí se podía ver parte del salón y allí, sentados en el sofá, se encontraban sus padres. Estaban hablando algo en voz baja y su madre había dejado de llorar, aunque se la veía muy triste.

-No lo sé-Dijo su padre. –Pero tenemos que hacer algo, no podemos perderla por esto.

Parecía que estaban teniendo una conversación de la que Dani se había perdido el principio.

-¿Crees que debemos contárselo todo?-Le preguntó su madre.

-Sí-Respondió él-, si le escondemos algo, más temprano que tarde lo descubrirá y entonces sí que la habremos perdido.

Su madre asintió, mostrándose de acuerdo. En ese momento, Dani salió de su escondite y caminó hasta el sofá en el que se sentaban sus padres. Su madre lo abrazó y lo sentó en su regazo al igual que había hecho Elena minutos antes.

-Mami, ¿qué pasa?

-Nada, cariño-Dijo la mujer, sonriendo.

Aunque estaba intentando parecer normal, el niño se dio cuenta de que no estaba contenta y se preguntó qué era aquella cosa tan grave que había ocurrido para que su madre estuviera tan triste. No le gustaba verla así, y a su hermana tampoco. Sí, se había dado cuenta de que Elena también estaba muy triste y es que, aunque ella había intentado disimularlo, Dani no era tonto y sabía que algo le pasaba. No le gustaba que sus padres y su hermana pensaran que era demasiado pequeño para entender las cosas o darse cuenta de ellas, porque lo cierto es que si lo hacía, se daba cuenta de más cosas de las que ellos creían.

Elena se tumbó en la cama y apoyó la cabeza sobre la almohada suspirando. Tenía muchas ganas de llorar pero lo había hecho tanto en las últimas horas que ya no le quedaban lágrimas.

-Marcos…-Llamó en un susurro.

Marcos le había dicho que cuando lo necesitara sólo tenía que pronunciar su nombre y el aparecería, así que esperó un momento y, al ver que no sucedía nada, volvió a llamarlo, esta vez más fuerte.

-Marcos.

Nada, de nuevo. Elena ya iba a rendirse cuando una luz apareció cerca de la estantería. Al igual que la última vez, la luz se hizo más grande y tomó forma humana. Cuando el resplandor desapareció a los pocos segundos de haber aparecido, Marcos estaba allí, tan hermoso y radiante como siempre. Al ver el estado de ánimo en el que se encontraba la chica, su rostro dibujo una mueca de preocupación que le estropeó un poco las perfectas facciones.

Elena se echó en sus brazos y él la abrazó y le dio un beso en la cabeza.

-¿Por qué tiene que pasarme todo a mí?-Susurró la chica contra su pecho.

Marcos no respondió, únicamente se dedicó a acariciarle en cabello con la yema de sus dedos, y ella entendió que no iba a decir nada porque ya sabía la respuesta. Porque era un ángel, hija de ángeles y nieta de ángeles. Tenía un deber y no podía escapar por más que quisiera, porque desde luego quería. No le gustaba ser algo que ella misma nunca habría creído que existiese y habría tomado por loco, supersticioso o crédulo a cualquiera que le dijera lo contrario, pero, ahora que todo aquello le estaba ocurriendo, se sentía… irreal.

Elena se separó de Marcos y se sentó en la cama con un suspiro de resignación. Quería que toda esa historia se acabara de una vez y descubrir que todo había sido un mal sueño, una pesadilla, pero sabía que no ocurriría. Ella nunca sería hija de las dos personas que siempre había creído sus padres ni hermana de aquel dulce niño de seis años, ella nunca sería ni siquiera humana.

-Por cierto, tengo algo para ti.

Las palabras de Marcos la sacaron de sus pensamientos y Elena volvió a poner toda su atención en él. El chico estaba buscando algo en el bolsillo de sus vaqueros negros y sacó una pequeña cadena de plata con un colgante del mismo color. Marcos le puso el collar en la palma de la mano y la muchacha lo observó con atención. Aquel colgante con forma de alas le resultaba familiar, pero no podía decir donde lo había visto. En ese momento, una imagen le vino a la cabeza, un plato de espaguetis negros. Elena recordó entonces donde lo había visto. Aquel día había encontrado el libro en la biblioteca y había salido con Marcos después. Cuando fueron a comer y su novio le dio a probar sus extraños espaguetis negros, ella había visto que llevaba una pulsera de plata con el mismo colgante que ahora sostenía en su mano. La chica se fijó en la muñeca del ángel, en efecto, la pulsera seguía allí.

-¿Qué es?-Preguntó con curiosidad.

-Es un sayap, un… amuleto-Respondió Marcos tras pensar en la palabra correcta.

-¿Un amuleto?-Inquirió Elena frunciendo el ceño. -Y… ¿Para qué sirve?

-Canalizar.

El ángel debió ver la cara de Elena, porque sonrió y se explicó:

-Sabes que los ángeles tenemos unos poderes…-La chica asintió. –Y que esos poderes se encuentran en lo más profundo de nuestra alma…

Volvió a asentir y en su rostro se dibujó la comprensión cuando entendió a qué se refería Marcos.

-Entonces, lo que hace el colgante es… ¿canalizar nuestros poderes… hacia el exterior?-Dijo, no muy segura de su deducción.

-Exacto-Aprobó Marcos-, pero también es un símbolo.

Elena miró más atentamente el colgante y alzó las cejas al percatarse de lo que había dicho Marcos. Lo que antes había visto como las alas de un pájaro ahora le parecían las de un ángel, y eso eran, ese era el símbolo.

El ángel se dio cuanta de que ella ya lo había comprendido y continuó hablando:

-Como hemos nacido en cuerpos humanos, no tenemos alas. Bueno, sí las tenemos, pero son inmateriales y no se pueden ver. Utilizamos el sayap para poder usar nuestras alas sin problemas.

Elena se quedó en silencio durante un momento asimilando la información y después dijo:

-Entonces, si no llevo esto, ¿no podré usar mis poderes y mis alas?

-Sí podrás, pero te resultará mucho más difícil y te cansarás más rápido.

La chica suspiró y le entregó el colgante a Marcos, quien se lo puso alrededor del cuello y le abrochó el cierre cuando ella se apartó el pelo de la nuca. Después, se sentó junto a ella en la cama y le tomó la mano.

-Sé que todo esto es difícil porque yo también he pasado por ello-Comenzó Marcos-. Descubrir que tu familia no lo es en realidad ya es lo suficientemente difícil como para tener que soportar también el hecho de que toda tu vida ha sido una mentira desde el principio, pero, por muy imposible que te parezca, lo superarás, todo el mundo lo hace.

Elena apoyó la cabeza en su hombro, exhausta.

-Gracias por estar aquí conmigo.

Marcos le cogió la barbilla con sus dedos, obligándola a mirarle. La muchacha se perdió, como tantas otras veces, en sus ojos color verde, que brillaban como esmeraldas reflejando la luz que entraba por la ventana.

-No hay otro sitio en el que quiera estar. –Susurró.

Y después la besó, con aquellos labios suaves y carnosos, haciéndole olvidar donde estaba y quien era porque un solo pensamiento ocupaba su mente, quitando importancia a todo lo demás:

Te quiero.

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