sábado, 16 de febrero de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 2



Capítulo 2: Fotografías



Elena llegó a casa poco después de aquello, tras recoger a su hermano pequeño del colegio.

-¡Hola, mami!-Gritó Dani cuando entraron en casa.

El niño corrió hacia su madre y ella lo cogió en brazos y lo abrazó, besándolo en la frente. Después volvió la vista hacia Elena.

-Hola, cariño. ¿Cómo te ha ido el día?-Preguntó Alicia con una sonrisa.

-Igual que siempre-Respondió la chica sonriendo también.

Elena quería mucho a su madre, a pesar de que a veces era un poco controladora. Siempre confiaba en ella para contarle cualquier cosa (o casi) y la mujer la aconsejaba sobre la solución. Pero, últimamente, Elena sentía que su madre le ocultaba algo, algo importante.

En ese momento, la muchacha recordó algo.

-Oye, mamá-Llamó Elena-, ¿tenemos aquí fotos de cuando vivíamos en Barcelona?

-Sí, están en las carpetas que hay en el desván.

Elena subió corriendo las escaleras para dirigirse al desván.

-¿Para qué las quieres?-Preguntó Alicia desde la planta baja.

-Necesito comprobar una cosa.-Gritó la chica mientras tiraba de la escalerilla que conducía al desván para bajarla.

Sí, puede que confiara en su madre para (casi) cualquier cosa, pero aún no quería contarle nada sobre aquello.

-Pero no tardes mucho, la comida está lista.-Contestó Alicia con la voz amortiguada por las paredes de la casa.

-Vale.-Dijo Elena mientras subía lo más rápido posible las escaleras del desván.

Cuando entró en el desván, Elena vio el desorden que había allí y pensó que no encontraría nunca lo que buscaba. Pero no fue tan difícil. Las carpetas con las fotos estaban a la vista, en la esquina más alejada del desván. Estaban clasificadas por años, la muchacha lo sabía porque ella misma las había ordenado. Rebuscó entre las carpetas, pero faltaban justo los años que ella necesitaba. Las buscó por todos los rincones del desván con la misma suerte. Era como si hubieran desaparecido por arte de magia.

Elena suspiró y se agarró la cabeza con las dos manos, intentando recordar cualquier cosa que le pudiera servir de ayuda para encontrar aquellas carpetas. Puede que su madre las hubieras cogido o que las hubieran puesto en otro sitio y no lo recordaran.

-¡Baja a comer! – Escuchó Elena gritar a su madre.

Con un suspiro de resignación, la muchacha bajó del desván cerrando la escalera y fue a la planta baja a comer. Su padre ya había llegado.

Alicia y Javier eran los padres de Elena. Ambos trabajaban en el hospital de la ciudad, que estaba cerca de Spes. Alicia era enfermera y Javier, pediatra. Con dos padres médicos, no era de extrañar que la muchacha también quisiera serlo.

Cuando terminaron de comer, Elena fue a su habitación a hacer los deberes. No le llevó mucho tiempo, como siempre, y, al terminar, se dirigió hacia la estantería para coger un libro. Se quedó paralizada al ver lo que había un poco más allá del libro que había ido a coger. Eran dos carpetas grandes llenas de fundas con unos números escritos en el lomo: 1997 y 1998. Aquellas eran las carpetas que había estado buscando en el desván. La muchacha recordó entonces que las había cogido ella misma a finales del curso anterior porque le habían pedido una foto para algo y, como tenía tan mala memoria para esas cosas, había olvidado dejarlas donde estaban. Se olvidó del libro que buscaba y sacó las carpetas de la estantería. Abrió la primera carpeta, la de 1997, y empezó a mirar las fotos. Por delante de ella desfilaron miles de recuerdos de su infancia, de su vida en Barcelona, de sus viajes… Estaba tan ensimismada ante la visión abrumadora de todos aquellos recuerdos que casi pasa por alto la fotografía que buscaba. En ella, aparecía Elena con cuatro años acompañada de un niño de la misma edad. Aquel chico tenía los ojos verdes y era muy rubio y con la piel bronceada. La niña era rubia, tenía el pelo lleno de tirabuzones y la tez también bronceada. Los dos niños estaban abrazados y parecían muy felices. La joven sonrió y miró el reverso de la foto. En su familia tenían la costumbre de escribir los nombres de las personas que aparecían en la imagen y el lugar en el que había sido hecha. Podría parecer una costumbre muy rara pero era extremadamente útil. Elena leyó las palabras escritas con la familiar caligrafía de su madre:

-Elena y Marcos, Barcelona.

La chica se sorprendió y leyó el reverso de la fotografía algunas veces más antes de llegar a asimilarlo completamente, creía que se lo estaba imaginando. Había sospechado algo, pero, al no estar del todo segura, no le había dado mucha importancia, hasta aquel momento.

Elena lo recordaba perfectamente. Aquel chico que aparecía en la foto había sido su mejor amigo cuando vivía en Barcelona. Lo conoció en la guardería, cuando ambos tenían dos años, y, desde entonces, se habían hecho inseparables. Se acordaba de cuanto habían llorado los dos cuando se despidieron al marcharse ella. Con los años, se habían olvidado el uno del otro y habían continuado con su vida. Ahora, se habían vuelto a encontrar.

Elena pensó que aquella era una enorme coincidencia pero ella no creía en el destino por lo que no pensó que se pudiera tratar de eso. Pensaba que cada persona podía elegir lo que quería sin estar regida por nada ni nadie.

No veía a aquel chico desde que se habían despedido hacía más de doce años en la puerta de la casa de ella. Los dos habían crecido desde entonces, ya no eran los mismos niños que jugaban a enterrarse en la arena de la playa.

Elena se quedó pensativa, divagando por los recuerdos de su infancia y, después, tomó una decisión. Miró el reloj. Tenia que ir a casa de Ainhoa dentro de diez minutos para ayudarla con el examen. Se puso los zapatos y el fular que llevaba para ir al instituto y bajó las escaleras rápidamente. Cogió el abrigo porque, a pesar de ser mediados de septiembre, en Spes hacía ya mucho frío. Salió a la calle y se puso los auriculares mientras se encaminaba a la casa de su amiga. Seleccionó su canción favorita, “Lady Madrid” de Pereza. La caminata le sirvió a Elena para entrar en calor en aquel frío pero su cara, que estaba totalmente expuesta al viento cortante y helado, se congeló hasta que llegó el momento en que la muchacha dejó de sentir la nariz y empezaron a llorarle los ojos.

Llegó a casa de Ainhoa un poco más tarde de lo que habían acordado. A su amiga no parecía importarle pero Elena odiaba llegar tarde.

Había planeado salir más temprano de su casa pero se había entretenido mirando las fotografías y recordando los momentos felices vividos durante su infancia, momentos perdidos que nunca volverán.

Las dos amigas se pusieron manos a la obra. Siempre que Ainhoa y Elena quedaban para estudiar, hablaban más que otra cosa pero Elena siempre conseguía que su amiga comprendiera las lecciones comparándolas con cosas cotidianas. Aquella era la razón por la que Ainhoa siempre le pedía ayuda para estudiar, y ella nunca se negaba. Después de un rato estudiando de aquella forma que sólo ellas sabían, salió a colación el tema de Toni, el nuevo “amigo” de Ainhoa. Ella le contó a Elena las nuevas y, al parecer, iban a salir juntos esa misma semana, el sábado. Aún era lunes y, al ver la impaciencia de su amiga, Elena sonrió.

-¿Y esa sonrisa? – Preguntó Ainhoa sonriendo con picardía.

-Es por ti – Contestó Elena, ignorando la expresión de su amiga – Me hace gracia tu impaciencia.

-¿Seguro? Porque yo pensaba que era por tu “viejo amigo”- Dijo su amiga, entrecomillando las dos últimas palabras para enfatizar lo que ella había dicho aquella mañana.

Elena sabía perfectamente a quien se refería la chica pero se hizo la tonta.

-¿De quien me…? – Hizo como si cayera en la cuenta de repente. - ¿Marcos? ¿Por qué iba a ser por él?

Ainhoa arqueó las cejas y la muchacha supo que su amiga no se había tragado ni por un segundo que no hubiera cogido al vuelo la insinuación.

-Así que se llama Marcos, ¿eh?- Dijo Ainhoa – Porque el chico no es precisamente feo, en realidad, está buenísimo.

-¿Y eso qué tiene que ver? – Preguntó Elena, ignorando su insinuación de nuevo – Es mi amigo.

Ainhoa suspiró con exasperación fingida y después sonrió. Pareció darse cuenta de algo.

-¡Ah! Ya sois amigos… - Dijo.

-Para tu información – Comenzó Elena, poniendo la misma cara que cuando resolvía un complicado problema de matemáticas en pocos segundos –, conozco a Marcos desde que teníamos dos años. Fuimos a la misma guardería, al mismo colegio y vivíamos en el mismo barrio de Barcelona.

-¡¿En serio?! – Exclamó Ainhoa, alzando las cejas con sorpresa. – ¡Vaya casualidad! Parece que el destino os ha vuelto a unir, ¿por qué será? – Continuó, sonriendo pícaramente tras recuperarse de la sorpresa inicial.

- No por lo que piensas, eso seguro – Contestó la chica, adivinando sus pensamientos.-. Además, sabes perfectamente que no creo en el destino. Ha sido pura y simple casualidad.

-Ya, claro, lo que tú digas. – Replicó Ainhoa, poniendo los ojos en blanco ante la terquedad de su amiga.

Después de aquello volvieron a repasar el examen y Elena se fue a casa.

Ya en su habitación, mientras se preparaba la mochila para el día siguiente, Elena vio el diario. Su madre lo había colocado en el escritorio, encima de una ordenada pila de libros.

La chica había empezado a escribir aquel diario cuando tenía trece años pero, como siempre había tenido muy mala memoria, algunas veces se le olvidaba escribir y, al final, lo había abandonado por completo. Hasta aquella misma mañana. Cuando se levantó, había sentido el impulso de escribir lo que estaba pensando, de retomar el abandonado diario, así que lo hizo.

Leyó las palabras que había escrito más temprano. ”Hoy mi vida cambiará”. Lo había intuido esa mañana pero en realidad no había ocurrido nada. Ahora se daba cuenta de lo absurdo que era aquel pensamiento y se avergonzaba de haber pensado si quiera por un segundo que podía llegar a ser cierto. La vida de la gente no podía cambiar de un día para otro, así porque sí. Entonces pensó en Marcos. No sabía por qué él, entre todas las personas, le había venido a la cabeza en ese momento pero pensó que era importante. Se dio cuenta de que sí que había cambiado algo en su vida, pero no radicalmente como ella esperaba. Marcos había aparecido en su vida después de más de doce años.

Se quedó pensativa durante un momento y, después se sentó en el escritorio. Abrió el diario por una página en blanco al azar y escribió:

Querido diario:

Al final ha sido acertada mi intuición, por una vez. Ha habido un cambio en mi vida. He vuelto a ver a alguien que no veía desde hacía mucho, un buen amigo, Marcos. Puede parecer algo mínimo pero tengo el presentimiento de que cobrará importancia de un momento a otro, y estoy deseando que eso suceda.

Marcos llegó ayer por la tarde al pueblo y por eso no lo había visto hasta esta mañana en el instituto. Al principio no lo reconocí, sólo me resultaba familiar, pero después, cuando vio las fotos, todo encajó. Tal vez él también se acuerde de mí, o tal vez no; han pasado ya más de doce años y no puedo estar segura de nada. Pero bueno, no sirve de nada darle más vueltas. Mañana lo veré y pasará lo que tenga que pasar. Deséame suerte. Buenas noches.

Elena.

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