sábado, 16 de febrero de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 6





Capítulo 6: Recuerdos


Cogió el balón de baloncesto del garaje y tiró a canasta. Una, dos, tres veces.

Siempre encestaba y, por eso lo habían nombrado capitán del equipo en el que jugaba antes de mudarse. Marcos era uno de los mejores jugadores que había visto aquel club en toda su historia, todos pensaban que llegaría a ser alguien grande, pero con la mudanza había tenido que dejarlo todo atrás.

Spes era un pueblo pequeño y no tenía ningún equipo deportivo. Si quería volver a jugar al baloncesto, tendría que ir a la ciudad, y aquella idea de estar continuamente de un lado a otro no le agradaba especialmente.

Marcos pensó en todo lo demás que había tenido que dejar atrás al mudarse aquel pueblecito de montaña y suspiró. Ni siquiera sabía si había merecido la pena, no estaba completamente seguro de ello.

Había perdido su hogar, toda la gente que conocía, todos sus amigos… Volvió a suspirar y sonrió al recordar algo. Al menos había encontrado a otra amiga, aunque esperaba que llegara a algo más que eso. Elena le había robado el corazón desde que la vio, al igual que lo había hecho cunado no eran más que unos mocosos. Marcos se había enamorado de ella hacía ya mucho tiempo y ese amor había renacido con más fuerza al volver a verla.

Le encantaban aquellos ojos azules y profundos, que quitaban el aliento, y aquella sonrisa inocente que siempre estaba en su rostro. Le encantaba su voz, melodiosa, y su carácter, maduro pero alegre. Le gustaban muchas cosas de ella, por no decir todo.

Marcos miró el reloj y dejó el balón en su sitio al ver la hora que era. Fue al salón, donde estaba Lucía viendo los dibujos.

-Hey, enana-La llamó desde detrás del sofá-, ¿vamos?

La niña sonrió y asintió. Después, se levantó y apagó la tele.

Los dos hermanos fueron juntos al recibidor, donde cogieron sus abrigos, y salieron al exterior.

Afuera no hacía mucho frío, lo que era una buena noticia, ya que iban a pasar la tarde en la calle.

El parque en el que habían quedado con Elena y Dani no estaba muy lejos de su casa, así que no tardaron mucho en llegar y, al no verlos, Lucía fue corriendo hacia un columpio y se sentó en él, balanceándose un poco.

Marcos caminó hasta el banco más cercano y se sentó para vigilar a su hermana mientras pensaba.

Su mente vagó por los recuerdos de la poca gente que había conocido en aquel corto período.

Carlos, su compañero de mesa. Un chico muy inteligente y maduro, por extraño que parezca, con una personalidad alegre y sincera. A Marcos le caía genial, pero sentía que había algo en él que no estaba del todo bien, algo que parecía haber surgido hacía poco tiempo…

Marcos sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos, no quería llenarse la cabeza en aquel momento con cosas de…

-Hola-Dijo alguien a su espalda, tapándole los ojos con las manos-. ¿Sabes quién soy?

El muchacho fingió no tener la menor idea, y negó con la cabeza mientras decía:

-No tengo ni la más remota idea.

La persona le destapó los ojos, pero el chico continuó con los párpados cerrados. Escuchó como sus pasos daban la vuelta al banco, hasta situarse frente a él, y después abrió los ojos.

La cara de Elena, tan hermosa como siempre, estaba justo frente a él, muy cerca.

Se quedaron en silencio un momento, saboreando aquella cercanía, y, durante aquel tiempo, Marcos no hizo otra cosa que admirar su rostro y desear besar sus labios. Esto le ocurría siempre que estaban juntos, pero aún no había conseguido acostumbrarse y, mucho menos, controlarlo.

La chica se separó de él repentinamente y, mirando el suelo, se sentó en el banco.

Marcos no estaba seguro, pero, en la fracción de segundo que había tardado en bajar la cabeza, le había parecido ver rubor en las mejillas de Elena.

-Nunca le digas a una chica que no sabes quien es-Dijo ella, cogiendo al chico con la guardia baja-, aunque sea la verdad.

Marcos se volvió hacia ella y descubrió que lo estaba mirando. No había rastro de rubor en sus mejillas, excepto por el suave color sonrosado que siempre tenían, así que supuso que se lo había imaginado.

-¿Por qué?-Preguntó.

-Pues porque nos gusta sentirnos importantes, especiales, inolvidables-Respondió, como si fuera lo más lógico del mundo-. Pero, de todas formas, no te creo.

El muchacho frunció el ceño, sin saber a lo que se refería la chica.

-¿El qué?-Preguntó, desconcertado.

-Que no supieras quien era-Contestó, sonriendo-. Estoy segura de que sabías perfectamente que era yo.

-¿Por qué estás tan segura?, ¿te crees digna de recordar?

Lo había dicho en tono de broma y sonriendo, pero a Elena pareció sentarle mal, porque giró la cabeza, mirando hacia donde los dos niños jugaban en los columpios.

-No soy tan engreída como para creerme digna de recordar por alguien como tú…-Contestó.

Lo había dicho en voz muy baja, para sí misma, pero el chico, con cierto esfuerzo, había conseguido entenderla perfectamente.

Elena volvió a mirarlo de nuevo, sonriendo y completamente segura de sí misma.

-Por supuesto que lo soy.

Marcos consiguió recuperarse de la sorpresa que le habían producido aquellas palabras que no debería haber escuchado, y le contestó.

-No he dicho lo contrario.

Al decir la frase, levantó las manos y sonrió.

Después de aquello, estuvieron hablando de todo un poco. Elena le contó cosas sobre el pueblo y sobre sus amigos y él hizo lo mismo sobre los suyos.

Le contó cuanto echaba de menos todas las cosas que había dejado allí y la oportunidad de jugar al baloncesto que había perdido al mudarse a Spes. Le contó lo mal que se sentía y se sinceró con ella.

Aquella chica era la única persona a la que le había revelado sus sentimientos y opiniones sobre el traslado. Sentía que ella era la única en la que podía confiar plenamente, a la que podía contarle todo, absolutamente todo.

Elena lo escuchaba atentamente y sin decir nada, sonriendo para intentar animarlo un poco. Desde luego, lo conseguía con creces, y es que Marcos pensaba que, una sonrisa de aquella chica, podría animar al más deprimido.

Cuando Marcos terminó, continuaron hablando sobre otros temas.

Recordaron algunas anécdotas divertidas de su infancia, cuando vivían en el mismo barrio de Barcelona y eran los mejores amigos.

Se habían enfadado en muchas ocasiones el uno con el otro por cosas que ahora parecían ridículas, pero siempre habían hecho las paces, y su amistad se había ido haciendo más fuerte poco a poco.

Mientras hablaban de sus travesuras, Marcos recordó el tiempo en el que empezó a enamorarse de ella.

Fue pocos meses antes de la marcha de la chica, cuando tenían tan solo cuatro años. Él, en aquel momento, no sabía siquiera que aquel sentimiento que le oprimía el pecho, desde que su amiga se había ido, era amor. Unos cuantos años más tarde lo descubrió y no había vuelto a enamorarse de ninguna otra chica. Había tenido varias novias, chicas que le gustaban y de las que habría podido enamorarse, pero ninguna de ellas consiguió despertar aquel sentimiento que había quedado dormido cuando Elena se fue. Y, ahora, al encontrarla, había vuelto a encenderse la llama.

Ya no era el niño inocente de hacía tantos años y había descubierto otras cosas de Elena que hacían su amor más fuerte de lo que antes era, más intenso.

-Tengo que irme-Dijo de repente la muchacha, pareciendo algo desanimada.

-¿A dónde?-Preguntó Marcos, desconcertado.

-Al entrenamiento de voleibol-Contestó ella-. Si no me doy prisa voy a llegar tarde.

Con un suspiro se levantó y caminó hasta donde estaban jugando los dos niños.

El chico la observó desde el banco mientras hablaba con Dani. Parecía que estaba intentando convencer a su hermanito de algo y, cuando por fin lo consiguió, se incorporó y comenzó a andar, alejándose cada vez más de Marcos.

Dani iba andando al lado de su hermana, enfadado por no poder quedarse más tiempo jugando con Luci. Prefería que lo hubiera llevado su madre, porque ella no tenía que ir a ningún sitio y podía haberse quedado todo el tiempo que quisiera, y así se lo dijo a su hermana.

Elena se quedó parada entonces y el niño la miró, extrañado por el repentino detenimiento. Observó como su hermana se giraba de nuevo hacia el hermano de Lucía y corría hacia él.

No recordaba como se llamaba aquel chico, pero sí sabía que era muy amigo de su hermana. La verdad era que no lo había visto nunca hasta esta mañana, cuando habían ido a recogerlos del colegio, pero le había caído bien. Le habría gustado jugar con él y con su hermana aquella tarde, pero ellos dos se habían quedado sentados en el banco y le había dado vergüenza acercarse a pedírselo.

Elena volvió corriendo a donde Dani se encontraba después de decirle algo al chico.

-Vamos, enano-Dijo su hermana mayor.

-No soy un enano-Contestó el niño, enfadado.

La chica le sonrió divertida y ambos empezaron a caminar de regreso a casa.

Marcos los observó alejarse. En su subconsciente, deseaba que Elena volviera a darse la vuelta y se quedara con él un rato más, pero sabía que aquello no iba a ocurrir.

Antes, cuando se había alejado, había vuelto para decirle algo que había olvidado comentarle antes.

Al parecer, los padres de Elena querían invitar a cenar a su familia algún día, para reunirse después de todos aquellos años, y le habían dicho que se lo dijera a él para que lo preguntara en su casa.

Marcos no dudaba de que sus padres aceptarían la invitación, pues, al igual que Elena y él, ellos también habían sido muy buenos amigos.

Al muchacho se le ocurrió entonces algo que no había pensado hasta aquel momento. Si cenaban en la casa de la chica, habría algún momento en el que se quedarían solos, o, al menos, tenía esa esperanza.

El cerebro de Marcos comenzó a funcionar a toda velocidad y, en su cabeza, comenzó a pensar en todos y cada uno de los detalles de lo que haría aquella noche.

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