sábado, 16 de febrero de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 3



Capítulo 3: Marcos


A la mañana siguiente, Elena ni siquiera pensó en su diario. Estaba demasiado ocupada pensando en lo que le diría a Marcos cuando lo viera, en lo que ocurriría si el la recordaba o… si no lo hacía. No quería pensar en que él no la reconociera pero, la verdad, era bastante probable que no lo hiciera. Elena nunca olvidaba una cara pero era posible que Marcos sí. No lo conocía lo suficiente como para saberlo con certeza.

Elena se dio cuenta de que, cuanto más pensaba en lo que ocurriría, más nerviosa se ponía, así que intentó relajarse y pensar en otras cosas mientras se preparaba para ir a clase. Su intento fue en vano y no se percató de la nota que había colgada en la puerta de la nevera cuando fue a la cocina a desayunar. Tampoco se dio cuenta de que no había ningún niño correteando por la casa como sucedía cada mañana, si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de que aquella no era una mañana tan normal como creía.

Estaba llenando un vaso de leche mientras continuaba pensando en Marcos cuando algo frío le cayó en los vaqueros. Entonces fue cuando Elena pareció despertarse de su ensoñación y se percató de lo que sucedía a su alrededor. El vaso se había desbordado y la leche le había mojado el pantalón por el muslo.

-¡Mierda! – Murmuró.

Mientras limpiaba el líquido con un trapo de cocina, escuchó lo que sucedía a su alrededor, o, más bien, no escuchó pues no se oía absolutamente nada, sólo silencio. Elena sintió que faltaba algo y entonces lo recordó. Dani. Terminó de limpiar la encimera y dejó el trapo a un lado. Cuando iba a subir las escaleras para buscar a su hermano pasó junto al frigorífico y vio algo que no estaba allí normalmente. Una nota. Había unas palabras escritas con la letra de médico de su padre. “Por si no lo recuerdas, tu madre y yo estamos de guardia en el hospital. Despierta a Dani.”

Corrió a la planta de arriba y entró en la habitación de su hermano pequeño. Cuando consiguió levantarlo de la cama, lo vistió y peinó rápidamente. Le preparó el desayuno y se fue a su habitación para cambiarse los vaqueros manchados de leche porque se le pegaban a la piel. Al terminar, miró el reloj. Las ocho. Sus clases empezaban a las ocho y cuarto. Salió de casa tan apresuradamente que olvidó cerrar la puerta con llave. En el jardín, vio que Bell seguía durmiendo profundamente. Aquella perrita tenía apenas tres meses y se pasaba la mayor parte de la mañana durmiendo.

Corrieron todo el camino al colegio de Dani tan rápido como permitían las cortas piernas de un niño de cuatro años. Cuando llegaron, Elena dejó a su hermano en clase y volvió a mirar el reloj, algo agobiada. Las ocho y cinco. Habían llegado a la escuela en un tiempo récord pero, si quería llegar a tiempo, tenía que continuar corriendo.

Llegó al instituto y, justo cuando entró en el aula, sonó el timbre que marcaba el comienzo de las clases. Elena suspiró con alivio y fue a sentarse en su sitio, junto a Ainhoa, sólo para descubrir que su amiga aún no había llegado.

Podía estar un poco cansada pero no le faltaba el aire ni le costaba respirar, tenía demasiada resistencia como para que una carrerita como aquella acabara con ella. Casi no se le notaba que había llegado corriendo. Casi.

El profesor entró en la clase y entonces Elena recordó la razón de la ausencia de Ainhoa. Le había dicho la tarde anterior que tenía que ir a vacunarse de algo y que llegaría a la hora del recreo.

Mientras el profesor de Química, Lucas, pasaba lista, alguien llamó a la puerta. Lucas le pidió a Rubén, un chico de la primera fila, que abriera la puerta. El chico se levantó a abrir mientras el profesor continuaba nombrando.

-Marcos Valera.-Nombró el profesor.

-Yo.-Dijo una voz masculina desde la puerta.

-Llegas tarde.-Reprochó Lucas mirando al recién llegado.

-Disculpe-Dijo Marcos educadamente-, tuve un problema con mi moto.

El profesor lanzó a Marcos una mirada escrutadora y después asintió.

-Está bien-Murmuró-. Es su primer día, ¿verdad?

-Sí.-Respondió el chico con sencillez.

-Bueno, pues siéntate allí, al lado de Elena. –Dijo Lucas- Parece que falta un sitio en la clase.

Elena casi se desmaya cuando escuchó su nombre en la conversación pero no mostró ningún signo de alteración. Con todo lo que le había pasado aquella mañana olvidó por completo la razón por la que le ocurrió pero ahora, al ver a Marcos, la recordó de golpe.

Marcos asintió y fue hasta el final de la clase para sentarse en el sitio que el profesor le había indicado. Se sentó al lado de Elena y la saludó con una sonrisa. La chica correspondió a su saludo inconscientemente y sonrió también.

Pasaron toda la clase sin decir una palabra y, cuando por fin sonó el timbre, Marcos habló:

-¿Puedes hacerme un favor?

Elena se sorprendió por las palabras del chico y tardó un poco más de lo normal en procesar sus palabras para poder formular una respuesta.

-Claro, dime-Respondió la chica en un susurro.

-¿Podrías enseñarme el instituto en alguna hora libre? Es que me pierdo un poco por aquí-Dijo Marcos, sonriendo y pareciendo algo avergonzado.

Elena se quedó embobada mirando su sonrisa. Era preciosa, llena de dientes blancos y brillantes, perfectamente colocados. Sus labios eran de ese color rosado que sólo tenían los niños. El inferior era más grueso que el superior y aquello, aunque pudiera parecer una pérdida de la simetría perfecta de su cara, en realidad hacía su sonrisa completa y perfecta, contagiosa.

No pudo evitarlo, ella también sonrió.

En su subconsciente, tenía un fuerte deseo de explorar aquellos labios con los suyos.

Cuando salieron al pasillo, el ruido la despertó de su ensoñación y se dio cuenta de que se había acercado mucho a su cara, movida por su deseo. Se separó tan abruptamente que Marcos lo notó y la miró con el ceño fruncido.

Era guapo incluso con su cara contorsionada en aquel ceño y Elena sonrió y bajó la vista al suelo, huyendo de su mirada para que no viera lo roja que estaba. No quería volver a caer.

-Por supuesto-Le contestó, al caer en la cuenta de que no había respondido a su pregunta.

Fueron juntos por los pasillos del instituto hasta la siguiente clase, que se encontraba un poco más allá.

Los dos hablaban de la misma forma que el día anterior, como si acabaran de conocerse, y Elena empezaba a pensar que él no la recordaba. Al fin y al cabo, habían pasado doce años sin verse.

Estaban en la biblioteca en la tercera hora. La tenían libre y aprovecharon para empezar a buscar cosas sobre un trabajo en el que les habían emparejado aquella misma mañana.

Mientras buscaban entre los libros de Química, a la mente de Elena vinieron de repente unas palabras, unas que había querido decir durante toda la mañana, y, sin pensárselo dos veces, las soltó.

-Eres tú, ¿verdad?-Dijeron los dos al unísono.

Ambos se quedaron perplejos por las palabras del otro y después se echaron a reír al mismo tiempo. Alguien les llamó la atención y los dos dejaron de reírse.

Se quedaron mirándose durante un rato hasta que Marcos habló, con tono de disculpa en su voz:

-Ayer lo sospechaba pero no estaba seguro, por eso no te lo dije.

-Yo también lo sospeché-Dijo Elena sonriendo-, pero cuando llegué a casa y vi las fotos, supe que sí, que eras tú.

Ambos sonrieron. Entonces fue cuando Elena lo supo. Pese a todos los años que habían pasado, nada había cambiado entre ellos. Su relación parecía incluso más intensa que cuando eran dos niños de cuatro años, como si invitara a algo más que sólo amistad.

Elena sacudió la cabeza ante aquel último pensamiento. Marcos era su amigo y, por mucho que le atrajera, debía seguir siendo así. Él nunca pensaría en ella de aquella manera. Aquello la entristecía y le dolía profunda y extrañamente, pero era la verdad, y debía recordárselo a sí misma para no ver cosas donde no las había.

Hablaron de todo un poco. De sus vidas juntos cuando eran pequeños, recordando momentos graciosos y felices, de todo lo sucedido después de que la muchacha se mudara a Spes y del presente.

Elena le contó cosas sobre sus amigas y su vida allí. La chica era bastante popular en aquel instituto y en el pueblo en general. Gran parte de esa popularidad se debía al hacho de ser un genio, de ser superdotada. Al principio ni ella misma lo aceptaba, se sentía un bicho raro y el resto de la gente parecía verla así. Pero poco a poco todo empezó a cambiar, los compañeros de Elena habían aprendido a conocerla y aceptarla y se los había ganado a todos uno por uno, no en vano era una chica muy simpática y dulce.

Elena también le contó a Marcos sus aficiones y sus planes para el futuro. Le encantaba jugar a voleibol y era la capitana de su equipo. También jugaba al tenis pero, aunque lo hacía muy bien, no pensaba dedicarse a ello. Sabía tocar muchos instrumentos pero su favorito era el piano.

Cuando le dijo a Marcos que quería ser veterinaria, el chico alzó las cejas y dijo:

-¿Veterinaria? ¿Y eso?

-No sé-Contestó Elena pensativa-. Supongo que es algo que me atrae. Me encantan los animales-Comentó.-. Me gustan las cosas lógicas pero con algo de subjetividad, las ciencias que no son del todo exactas. ¿Entiendes?

Elena suponía que el chico diría que no pero, para su sorpresa, asintió pensativo y después sonrió ampliamente. Otra vez esa sonrisa.

La chica le devolvió una sonrisa rápida y bajó la vista hacia el libro que tenía abierto sobre la mesa.

-A ver…-Comenzó Marcos- Me has contado tus aficiones, tus planes de futuro, cosas sobre tus amigas y tu familia y algunos de tus recuerdos- Dijo haciendo recuento-Cosas que debería saber un amigos-Convino asintiendo-Pero… ¿qué hay de los chicos? Eso también debería saberlo, ¿no crees?

Elena se quedó sorprendida por la pregunta y continuó mirando el libro mientras pensaba una repuesta.

-No, no lo creo-Respondió resuelta-. Que sea mi amigo no quita el hecho de que eres un chico por lo que… no es asunto tuyo.- Explicó sonriendo con picardía.

Le llegó a Marcos el turno de hablar, de contar su vida. No dijo mucho él solo así que Elena lo ayudaba haciendo preguntas sobre cosas que quería saber. El chico le contestaba a todas ellas con un cierto toque de sarcasmo que, al parecer, él también había desarrollado en aquel tiempo.

Marcos jugaba al baloncesto como base desde que cumplió los nueve años, pero lo había dejado poco antes de mudarse a Spes sabiendo que en el pueblo no podría jugar.

También le contó que tocó el clarinete hasta los quince años y que, desde entonces, estaba aprendiendo a tocar la guitarra por sí mismo. Su padre sabía tocarla y le enseñó lo básico y él continuó a partir de ahí.

Elena le preguntó sobre sus expectativas, sobre sus ambiciones, y su respuesta la sorprendió y la intrigó al mismo tiempo.

-Hace ya tiempo que dejé de hace planes sobre mi futuro, ya está decidido-Respondió él resuelto.

-¿Ah, sí? ¿Y cuál es?-Preguntó con curiosidad.

-Ni yo mismo lo se-Dijo Marcos, sonriendo enigmáticamente.

Elena también le preguntó al muchacho acerca de chicas y él le respondió lo mismo que ella le había dicho momentos antes, pero, al contrario que ella, Marcos lo hizo mirándola a los ojos.

La chica no dejaba de sorprenderse ante la confianza que mostraba en sí mismo. Podría llegar a ser irritante en otra persona pero en él resultaba incluso… sexy.

Elena enterró esa sensación en su mente como había hecho una gran cantidad de veces a lo largo del día y sonrió.

Al ver su sonrisa, Marcos sonrió también y la muchacha se sintió de nuevo atrapada en aquella espiral pero, esta vez, no podría salir de allí por sí misma. La sensación de estar encerrada de aquella manera al principio fue asfixiante para Elena, pero después se hizo más llevadera hasta llegar a un punto en el que la disfrutaba.

La chica miró los profundos ojos de Marcos, tan verdes como las hojas de un árbol en primavera. Tenían un cierto matiz castaño que resaltaba aún más los brillos color esmeralda que había en los puntos donde daba directamente la luz.

Elena se sintió atraída como un imán hacia él y, poco a poco, se fue acercando a su cara, a sus hermosos ojos, a sus suaves labios. Marcos también se acercaba a ella y parecía tener la misma sensación. Sentía su aliento en su cara, olía a menta. Cerró los ojos para respirar su olor, su esencia…

El timbre sonó, señalando el inicio del recreo y haciéndolos volver al mundo real, al instituto. Se separaron rápidamente y Elena bajó la vista, con las mejillas encendidas por el rubor. Salieron juntos de la biblioteca, evitando los ojos del otro, y, en silencio, se dirigieron al patio trasero.

Spes era un pueblo pequeño y sólo disponía de una guardería, un colegio y un instituto públicos. Había un colegio privado a las afueras y allí acudían muchos de los niños de la ciudad y unos pocos de Spes.

El instituto era bastante grande debido a que, aunque no era un pueblo con muchos locales de ocio, la mayor parte de la población estaba entre los doce y los dieciocho años. Tenía cinco pabellones. El principal, el de administración, estaba justo en el centro y separaba el patio trasero del delantero. Había dos pabellones bordeando cada patio por la derecha y la izquierda y las aulas estaban distribuidas en función del curso y la asignatura. En el patio delantero, estaban el pabellón de laboratorios y tecnología y el de bachillerato, donde se encontraba las aulas de los estudiantes de bachillerato. En el patio trasero, se encontraba el pabellón de artes (música, plástica) y el de ESO.

En el patio trasero también se encontraban las pistas de los diferentes deportes que se practicaban en el instituto, y allí es donde iban Marcos y Elena.

En el pasillo se encontraron con Marina y Carmen, dos amigas de Elena.

-¡Hola, parejita!-Dijo Carmen al verlos.

Elena la fulminó con la mirada y la chica se calló cualquier comentario más.

Unos chicos llamaron a Marcos desde el otro lado del pasillo y el chico se volvió para ver quiénes eran.

Elena no los conocía, es más, no creía haberlos visto nunca, pero lo dejó pasar, pensando que tampoco se fijaba mucho en la gente que pasaba a su alrededor y que podrían no haber llegado hace mucho.

-Me tengo que ir-Dijo el chico, poniéndose serio de repente.-. Luego nos vemos.-Continuó y, cuando miró a Elena, su expresión se suavizó notablemente y sonrió.

-¡Claro!-Respondió ella, devolviéndole la sonrisa.

Ahora estaba más relajada. Parecía que la tensión que había entre ellos poco antes se hubiera esfumado por completo.

Marcos se fue hacia el grupo y las tres chicas observaron como se alejaba.

-¿Cómo es que os lleváis tan bien?-Preguntó Marina mientras iban al patio juntas.-Os conocéis desde hace apenas un día.

-En realidad no-Respondió Elena resuelta.-. Lo conozco desde hace mucho tiempo, toda mi vida.

Sus amigas la miraron extrañadas.

-¿Es una de tus metáforas poéticas?-Preguntó Carmen con un profundo ceño entre sus cejas.

Elena se rió ante aquella mención; hacía ya mucho tiempo que no decía ninguna metáfora, antes buscaba cualquier excusa para hacerlo.

-No.-Dijo la chica, negando con la cabeza.

Al ver que la seguían mirando de aquella forma, Elena habló de nuevo.

-Sabéis que yo nací en Barcelona y viví allí hasta los cinco años, ¿no?

Ambas asintieron y ella continuó hablando:

-Bueno, pues Marcos también es de allí, del mismo barrio que yo.

Hizo una pausa y después siguió.

-Cuando lo vi ayer, su cara me resultó familiar, así que miré unas fotos que tenía en casa de cuando era pequeña. Resulta que yo conozco a Marcos desde que tenía dos años, en realidad, éramos muy buenos amigos de niños.

Las dos chicas se quedaron calladas durante un momento, asimilando la historia. Cuando por fin consiguió hablar, Carmen dijo, entusiasmada:

-¡Qué casualidad! El destino os ha vuelto a unir.

-Eso mismo dijo Ainhoa cuando se lo conté-Contestó Elena, ignorando la insinuación en su voz.

-Telepatía de gemelas-Soltó Carmen.

Las tres amigas se rieron.

Carmen y Ainhoa decían mucho eso cuando coincidían en lo que hacían o decían. Se había convertido en su broma personal. Elena sabía que aquello no era verdad, que la telepatía no existía, pero, algunas veces, parecía que de verdad tuvieran una especie de unión que las mantuviera comunicadas permanentemente.

-¿Vas a quedar con él?-Preguntó Marina, sentándose en el suelo, al borde del campo de fútbol.

Elena se sentó junto a ella y lo meditó durante un segundo.

-Ni idea-Respondió sonriendo.-. Tal vez.

Ainhoa no apareció por allí en todo el recreo y, cuando Elena entró en clase para la cuarta hora, se la encontró sentada en su sitio habitual con muy mala cara.

La saludó y se sentó junto a ella. Ainhoa tardó un poco en responder, pero, al final, le devolvió el saludo vagamente.

-¿Te encuentras bien?-Preguntó Elena preocupada.

-Bueno… ya sabes que me dan pánico las agujas-Contestó su amiga débilmente.-. A parte de eso… estoy perfectamente.-Dijo sonriendo.

La muchacha miró y después sonrió también. Había visto a Ainhoa así muchas veces, siempre que iba al médico, en realidad. Los hospitales la ponían enferma pero siempre se recuperaba. Para cuando terminara la clase ya estaría bien.

-¿Y tú?-Preguntó entonces Ainhoa.

Elena la miró desconcertada así que la chica formuló la pregunta de nuevo, explicándose.

-¿Qué tal te ha ido a ti?

La muchacha comprendió entonces a qué se refería su amiga y sonrió.

-Muy bien-Contestó-Marcos también se acordaba de mí.-Comentó, pensativa.

“Aunque pasó algo muy raro”. Pensó.

Le había venido a la mente el momento en el que Marcos y ella había dicho lo mismo al mismo tiempo. Después de examina el recuerdo con mayor detenimiento, se dio cuenta de que había sido pura y simple casualidad, al fin y al cabo, la frase no era muy larga.

-¿El qué?-Inquirió Ainhoa frunciendo el ceño.

Elena se dio cuenta de que había dicho su pensamiento en voz alta y se corrigió inmediatamente.

-Nada, tonterías mías.-Respondió sonriendo.

Ainhoa le lanzó una mirada de sospecha pero no dijo nada.

Elena vio a Marcos entrar por la puerta cuando sonó el timbre. Iba acompañad de otro chico de la clase, Carlos.

Los dos fueron juntos a unas mesas y la muchacha reparó en que ya había traído la mesa que faltaba, que estaba casualmente al lado de Carlos, justo al otro lado de la clase.

Carlos era un chico con el pelo rizado y de un color negro azabache. No era especialmente alto ni musculoso, pero todo se compensaba. Aunque el chico no tenía un gran físico, sí tenía un magnífico cerebro y una personalidad increíble. Elena lo conocía lo suficiente como para saber que era muy simpático e ingenioso, y, también, muy maduro para su edad.

Aquel día, después de las clase, Elena no se entretuvo mucho hablando con sus amigas. Cuando iba de camino al colegio para recoger a su hermano, la muchacha oyó unos pasos que corrían tras ella.

-¡Elena!-Gritó el dueño de los pasos.

La aludida se dio la vuelta solo para descubrir que Marcos, tan guapo como siempre, estaba corriendo hacia ella. Elena lo esperó y, cuando llegó a su altura, ambos continuaron el camino juntos.

-¿Vas al colegio a recoger a tu hermano?-Preguntó el chico.

-Sí, siempre lo recojo yo-Respondió Elena sonriendo-. ¿Y tú?

-También-Respondió él.

Mientras se contaban cosas aquella mañana en la biblioteca, Elena había descubierto que Marcos tenía una hermana de la misma edad que Dani. Se llamaba Lucía y los dos niños iban al mismo colegio, por lo que era posible que estuvieran en la misma clase.

Caminaron en un cómodo silencio durante un rato hasta que Elena lo rompió, preguntando:

-¿Qué tal con tu nuevo compañero?

Marcos la miró con un brillo en sus ojos esmeralda.

-¿Con Carlos? Bien-Contestó sonriendo ampliamente.-. Nos llevamos bastante bien y nos gustan más o menos las mismas cosas.

-Seguro-Corroboró Elena sonriendo también.-. Carlos es un chico muy simpático y… maduro-Continuó.-. Bueno, eso último no estoy segura de que lo tengáis en común.-Comentó, provocándolo.

-¿Cómo que no estás segura?-Dijo el chico dramáticamente.-Por supuesto que soy maduro, madurísimo.-Contestó, fingiendo estar herido ante su insinuación.

Elena fingió quedarse pensativa, como si estuviera considerando la posibilidad de creerle sobre su madurez.

Mientras tanto continuaron andando en silencio por las calles heladas por el viento hasta que se pararon delante de la puerta del colegio. Los niños todavía no habían salido, así que se quedaron esperando allí.

-Demuéstramelo-Lo retó Elena finalmente.

Marcos pareció perder el hilo de la conversación durante un segundo pero lo retomó tan rápido que la muchacha no supo si lo había visto dudar o sólo lo había imaginado.

Él la miró a los ojos y la chica comenzó a perderse en ellos de nuevo.

-Lo haré-Le oyó decir.

No le prestaba atención a sus palabras ni a lo que había a su alrededor, sólo era consciente de la suavidad aterciopelada de su voz cuando le hablaba, del brillo de su pelo bajo el pálido sol de septiembre, de los destellos de sus ojos verdes, de la presencia de su cuerpo a poca distancia del suyo, de sus labios cada vez más cerca.

Sonó un timbre pero no sacó a Elena de su trance, le parecía un sonido demasiado lejano, como si viniera de un planeta diferente. Marcos no hizo otro movimiento que el de acercarse a ella, como si tampoco lo hubiera oído.

Elena cerró los ojos, igual que en la biblioteca, sus labios estaban muy cerca y la respiración de la chica era algo irregular.

-Elena-La llamó una voz aguda, la voz de un niño.

La muchacha se separó abruptamente de Marcos y se giró para mirar a su hermana, que corría hacia ella. Junto a él venía una niña rubia, que iba peinada con coletas a los lados de la cabeza.

Los dos niños llegaron a su altura y Elena se arrodilló en el suelo para estar a la altura de Dani y darle un beso en la frente. Después se levantó y le cogió la mano.

Marcos había cogido a la niña en brazos y ella tenía los brazos alrededor de su cuello por lo que aquella era Lucía, la hermana pequeña del chico.

-Elena-La llamó Dani-¿Podemos ir luego al parque a jugar con Luci?-Preguntó el niño con cierto tono suplicante.

La muchacha lo miró un momento antes de contestar. No podía resistirse a aquella carita de cachorrito que ponía Dani cada vez que le pedía algo.

-Está bien-Cedió ella.-, pero temprano porque yo tengo entrenamiento esta tarde.

Lucía miró entonces a su hermano mayor.

-Vale-Dijo Marcos sencillamente-. ¿A las cuatro y media?-Sugirió, mirando a Elena.

La chica lo meditó durante un segundo y después asintió con la cabeza, sonriendo.

Se despidieron y, después, cada pareja de hermanos tomó el camino hacia sus respectivas casas.

Mientras caminaban, Dani preguntó algo que dejó a Elena algo perpleja:

-Antes de que saliéramos, ¿qué hacíais tú y Marcos?

Lo había dicho con tono dulce e inocente pero la chica reconoció algo de malicia tras la pregunta, así que no sabía qué contestar. Dijera lo que dijera, Dani encontraría una forma de usarlo en su contra y chantajearla con ello.

Antes de que los niños salieran de clase, Marcos y Elena habían estado apunto de besarse, igual que en la biblioteca.

-Pues nada-Contestó, lo más natural que pudo.-. Hablar.

-Ya, claro-Dijo Dani, escéptico-.Pues a mí me ha parecido que estabais apunto de besaros.

Elena suspiró y se volvió dejando de andar para mirarlo.

-¿Qué quieres a cambio de tu silencio?-Demandó algo enfadada.

El niño se lo pensó un poco y después dijo:

-Que me cuentes un cuento inventado por ti todas las noches de esta semana.

Por muy astuto que fuera Dani, no dejaba de ser un niño de cuatro años.

-Vale, lo haré-Contestó, sonriendo.-. Pero no puedes decirle nada a nadie, ¿lo prometes?

Su hermanito asintió y sonrió también.

Ambos continuaron el camino, ahora más contentos.

Elena se había asegurado de que Dani no les contaba nada a sus padres sobre Marcos y el niño había conseguido una semana de cuentos nuevos, inventados sólo para él. Nunca se lo había dicho, pero le encantaban los cuentos de su hermana mayor.

Cuando llegaron a casa, la chica les contó a sus padres los planes de Dani para aquella misma tarde mientras comían.

-Lo llevo yo-Dijo Alicia cuando su hija terminó de hablar.-. Anoche hice guardia, así que esta tarde no trabajo.

-No, no-Contestó Elena rápidamente.-. Voy yo, no me importa.

-¿Tú? ¿No tienes entrenamiento esta tarde?-Preguntó Javier, frunciendo el ceño.

-¿Y un examen mañana?-Terminó su madre.

-Mamá… ¿Tú crees de verdad que yo estudio?-Inquirió Elena sarcásticamente, mientras miraba a su madre con las cejas alzadas.

Alicia, al ver que la había pillado, cambió rápidamente de tema.

-No habrá un motivo oculto detrás de tu ofrecimiento, ¿verdad?-Preguntó.

Elena aguantó la respiración durante un segundo mientras pensaba una respuesta bajo la atenta mirada de su madre. La había pillado entera.

-No-Respondió la muchacha, forzando una sonrisa.-. Sólo la simple idea de ayudar, parece mentira que no me conozcas. ¿Por qué lo dices?

Alicia alzó las cejas dando a entender que no se creía ninguna palabra de lo que su hija había dicho.

-Porque te conozco lo digo.-Dijo la mujer.

Se quedaron calladas, mirándose la una a la otra, enzarzadas en una silenciosa discusión. Al final, Elena bajó la vista incapaz de sostener por más tiempo la mirada de su madre.

-Vale…-Dijo suspirando mientras miraba su plato lleno aún.-La amiga de Dani, Lucía, es la hermana pequeña de un chico nuevo de mi clase, Marcos-La muchacha hizo una pausa y alzó la vista para mirar a sus padres.-. Estoy segura de que os suena su nombre. Él y yo éramos amigos de pequeños, cuando vivíamos en Barcelona. ¿Os acordáis?

Javier y Alicia se quedaron un momento en silencio, sorprendidos por la revelación de su hija. Después asintieron al mismo tiempo.

-¿Estás segura de que es él?-Inquirió la mujer con curiosidad.

-Sí, mamá-Contestó Elena con convencimiento.-. Al principio sólo me resultó familiar, pero cuando vi las fotos lo recordé. Además-Continuó.-, esta mañana me ha dicho que él también se acordaba de mí.

Sus padres se quedaron en silencio durante otro rato hasta que Javier dijo:

-Está bien. Lleva tú a Dani al parque.

-Y dile a Marcos que les pregunte a sus padres si quieren venir a cenar todos algún día-Completó Alicia, sonriendo.-. Ha pasado mucho tiempo.

Elena asintió y sonrió también.

-Lo haré.-Respondió.

Cuando terminaron de comer y recogieron la mesa, Elena subió las escaleras precipitadamente y fue corriendo a su cuarto. Entró en la habitación y cogió la mochila negra y azul que había dejado encima de la cama al llegar a casa. Sus padres le habían regalado aquella mochila pocas semanas atrás, por su cumpleaños, y ella la usaba para llevar las cosas del instituto.

Rebuscó dentro de ella hasta que encontró la agenda. La abrió y miró los deberes del día siguiente. La casilla del miércoles estaba completamente vacía excepto por el examen de Biología. Elena sonrió para sí misma; no tenía nada que hacer esa tarde.

La chica salió de la habitación con paso ligero cogiendo un libro que había en el escritorio y bajó las escaleras mucho más lentamente de lo que las había subido minutos antes. Pasó por el salón, donde su hermano pequeño estaba sentado en el gran sofá de cuero color crema viendo Bob Esponja en la televisión. Caminó por el recibidor y salió al porche delantero de la casa.

Las paredes del porche eran de cristal, lo que permitía ver lo que había fuera sin que el frío permanente de Spes entrara dentro. Los padres de Elena las habían instalado con aquella intención hacía unos años.

Dejó el libro sobre el columpio que colgaba del techo del porche y abrió la puerta que daba hacia la calle, con la intención de salir.

Una vez en el jardín delantero de la casa, fue corriendo hasta la pequeña casita de madera que había en una de las esquinas, cerca de la valla de madera blanca. Allí dentro se encontraba su perrita Bell.

Cogió al animal en brazos y volvió corriendo al interior del porche. Sentándose en el columpio, dejó a Bell junto a ella, y cogió el libro que antes había dejado allí.

El volumen se llamaba Besar a un ángel y era de Susan Elizabeth Phillips. Elena casi había terminado de leerlo y le estaba encantando. Le gustaba extraña relación de amor-odio que mantenían Álex y Daisy, los protagonistas del libro, y su historia en general, candente hasta el último momento.

Abrió el libro y empezó a leer la historia de un amor con un millón de barreras, que, pese a parecer un sentimiento débil, es capaz de superarlas todas.

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